En este ejercicio, el alumno, a la voz de stop o cualquier otro signo previamente establecido, debe detener todo movimiento. La orden puede darse en cualquier sitio y momento, haga lo que haga en ese momento, tanto si está trabajando, descansando, durmiendo, dentro del Instituto o fuera, tiene que detenerse de forma instantánea. Tiene que mantener la tensión de los músculos; la expresión de la cara, la sonrisa y la mirada, todo debe quedar fijo, en la misma situación en que estaba en el momento en que llegó la orden. Las posiciones conseguidas así sirven para que los principiantes realicen trabajos mentales agilizando la actividad intelectual, mientras desarrollan la voluntad.

El ejercicio de parada no tiene posturas propias, sino que es una simple interrupción de un movimiento incipiente. Nosotros cambiamos de postura de una forma tan inconsciente, que no nos damos cuenta de las posiciones intermedias entre dos posturas distintas. Con este ejercicio, el paso de una postura a otra se divide en dos partes. El cuerpo parado por una orden repentina se ve obligado a detenerse en una posición en la que no se había detenido nunca antes. Esto permite al hombre observarse mejor. Puede sentirse a sí mismo de una forma nueva. De esta manera, puede romper con el círculo vicioso de su automatismo.

Pero la arbitrariedad de nuestros movimientos es ilusoria. Un análisis psicológico y un estudio de las funciones psicomotrices, tal como se efectúan en el sistema de Gurdjieff, demuestran que cada uno de nuestros movimientos, voluntario o involuntario, es una transición inconsciente de una postura automática a otra automática.

El hombre adopta, de entre todas las posturas disponibles, las que más se ajustan a su personalidad, ya que este repertorio es, por fuerza, muy limitado. Y todas nuestras posturas son el resultado de un movimiento mecánico. No nos damos cuenta de lo íntimamente unidas que se encuentran nuestras tres funciones: motriz, emocional y mental. Cada una depende de las demás. Cada una es el resultado de las demás. Están en constante acción recíproca. Si cambia una, cambian las demás también.

La posición de tu cuerpo está relacionada con tus sentimientos y con tu mente. Un cambio en tus emociones produce inevitablemente un cambio en tu actitud mental y en tu pose física. Un cambio en el pensamiento produce una corriente de energía emocional, que, naturalmente, hace que cambie la postura física, de tal forma que, si queremos que cambien nuestros sentimientos y nuestras ideas, tenemos que cambiar primero nuestra postura física, lo mismo que no se puede cambiar de postura física sin cambiar nuestra postura emocional y mental.

No se puede cambiar una sin cambiar la otra. Por ejemplo, si la atención de una persona estuviese concentrada en una lucha, el automatismo de su proceso mental y sus movimientos habituales le facilitarían una nueva forma de pensar, produciendo las viejas asociaciones de ideas. Y en el hombre no sólo están unidas las funciones mental, emocional y motriz, sino que están también condenadas a trabajar, todas y cada una de ellas, dentro de este círculo cerrado de posturas automáticas.

El método del Instituto para preparar el desarrollo armónico del hombre pretende liberarlo del automatismo. El ejercicio del stop ayuda mucho a ello. Al mantenerse el cuerpo físico en una posición insólita, los cuerpos más sutiles de la emoción y el pensamiento pueden extenderse más”.

No obstante, es importante recordar que se necesita una orden externa de parada, para que actúe la voluntad del hombre, sin la cual no podría mantener la posición de un movimiento inacabado. Un hombre no puede mandarse parar a sí mismo, ya que la combinación de posturas de las tres funciones son demasiado pesadas para que las mueva la voluntad. Si la orden proviene de otro, cumple la misión de la función emocional y la mental, que son las que mandan en la función física, y, en este caso, al no estar la postura física en su situación habitual de esclavitud ante la mental y la emocional, pierde su fuerza, debilitando así las demás posturas. Esto es lo que permite a nuestra voluntad mandar, por algún tiempo, en nuestras funciones”.

De no haber sido por su accidente de 1924, Gurdjieff hubiese empezado, sin duda, a utilizar los movimientos de la misma forma que se usaban tradicionalmente en los templos antiguos, con la finalidad principal de transmitir el conocimiento directamente a los centros superiores, sin pasar por la mente. Cuando se torcieron las cosas, los movimientos se quedaron para su segunda finalidad, el desarrollo interno de los que participan directamente en ellos. Para Gurdjieff, el cuerpo no es solamente el organismo físico, sino ese organismo dotado de tres cerebros o tres modos de percepción.

Los tres cerebros participan en todo lo que hacemos, sin coordinación ni armonía. Uno de los valores indudables del trabajo de los movimientos es despertar las fuerzas latentes de los centros y armonizar su actividad. Pero este proceso no se puede utilizar en cualquier estado de evolución.

Se han producido muchos errores al tratar de comprender los movimientos de Gurdjieff. Es cierto que uno de los primeros requisitos para lograr un estado armónico del ser es conseguir el equilibrio adecuado entre las tres funciones. Hablando en términos generales, los sentidos y las sensaciones orgánicas del hombre occidental no sólo no están desarrollados, sino que hacen un papel antinatural y hasta nocivo para su vida.

Por la distorsión de nuestros sentimientos nos vemos sometidos a emociones negativas y, por la distorsión de nuestras sensaciones orgánicas, nuestras sensaciones corporales están interfiriendo continuamente el trabajo libre de nuestra consciencia. Con unos movimientos debidamente elegidos, en perfecta relación con un perfecto conocimiento de la finalidad deseada, se pueden corregir muchos defectos, tanto físicos como emocionales, y puede llegar el alumno a un estado más equilibrado y normal.

También es muy necesario que desarrollemos el poder de la atención. Esta interviene en los ejercicios gimnásticos cuando hay necesidad de concentrar la atención en diferentes partes del cuerpo y saber lo que están haciendo, sin mirarlas ni siquiera pensar en ellas. Movimientos más avanzados ayudan a conseguir ciertos tipos de sensaciones y a producir un grado de control sobre el estado de consciencia, que es muy difícil para el hombre occidental, generalmente no entrenado.

Aunque este uso de la gimnasia sagrada y toda la preparación que la acompaña forman parte importante de la enseñanza de Gurdjieff, todo lo que él hizo estaba encaminado únicamente hacia un resultado concreto, un cambio, por ejemplo, en el alumno. El daba unos ejercicios que se hacían durante un tiempo y después se abandonaban o se cambiaban, pasando lo mismo con los movimientos. No pretendió que los que trabajaban en sí mismos y usaban los movimientos exclusivamente con esta finalidad continuasen con ellos muchos años. Sin embarg, los que quería que hiciesen demostraciones estaban sirviendo para el Trabajo y, en este caso, los movimientos no eran tanto una enseñanza como un acto de servicio.

Hay, indudablemente, una tendencia a considerar los movimientos como un espectáculo. Son muy bellos y producen una fuerte impresión en la mente del que los ve. Pero su belleza es secundaria y creo que Gurdjieff estaría de acuerdo con el proverbio indio que dice que “la belleza no nos lleva a Dios; la belleza sólo nos lleva a la belleza”. No logramos nuestra liberación por medio de movimientos bellos y armoniosos, y Gurdjieff también enseñó movimientos feos y discordantes que contribuyesen a liberar a los hombres y a las mujeres de obsesionarse por su propia apariencia.

Viéndolo dar una clase, llamaban la atención las mujeres evitando hacer una mueca o movimientos discordantes, a pesar de que sabían que estaban haciendo los movimientos para su propia evolución, no para causar la admiración de los espectadores.

 

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